martes, 23 de diciembre de 2014

El jardín

Horas, días, años, segundos, semanas, meses. No importaba. Ya no recordaba hacía cuanto tiempo estaba creciendo aquel jardín.

Había un pequeño pueblo perdido en las montañas, un pueblo tranquilo, lleno de gente con ilusiones y sueños, vidas sencillas, placeres sencillos, y pese a su apariencia tranquila, había sufrido guerras, hambrunas, y otros males mucho peores, pero allí seguía en pie a pesar de todo.

El pueblo tenia forma de donut, el centro lo ocupaba un espacio al que no se podía acceder, una gran barrera invisible, como una cúpula, que no permitía a sus habitantes alcanzar el interior, aunque si podían ver lo que había dentro.

Un jardín, un gran jardín seco y marchito lleno de hierbajos y plantas creciendo en descontrol junto a otras muertas, contaban en el pueblo que antes era un lugar lleno de flores, arboles y animales, pero los habitantes de aquel pueblo ya no podían recordar como era.

Un día alguien se fijo en algo, una rosa roja crecía solitaria entre toda aquella desolación, de tallo fuerte, pétalos nutridos y porte regio, y se abría camino. Aunque al principio estaban impresionados, la novedad paso rápidamente, y los habitantes del pueblo siguieron con sus vidas, ignorando este suceso.

Con el tiempo, comenzaron a crecer más rosas, y lirios, y claveles, aparecieron conejos, hierba verde, pájaros, riachuelos, pero aunque ocurría en las narices de los habitantes del pueblo estos lo ignoraban, total ¿Por que preocuparse de un jardín que no podían alcanzar?

Un día el jardín era exuberante y hermoso, y un joven que pasaba por ahí vio una especie de grieta, al tocarla noto como cedía y se encontró de pronto dentro del jardín. No podía dar crédito, mil colores, fragancias, sonidos lo rodeaban, estaba maravillado y se interno más aun.

Llego hasta un pequeño parque en el que se veía una fuente con un chico sentado en la fuente, sus ojos se cruzaron, y de pronto no quería otra cosa que no fuera estar con él, que llegar hasta él. Pero al intentar avanzar se dio cuenta de que había otra barrera y de que no podía avanzar.

Parecía que no podía alcanzarle, pero tampoco podía volver, no después de ver como era aquel lugar, entonces lo invadió el miedo, la angustia, la tristeza.

Entonces se sentó, y se coloco frente a la cúpula, tocándola cada pocos minutos para asegurarse de que seguía allí, esperando al día en el que por fin podría cruzarla para encontrarse con él.

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